18:11 horas. Llegó, como cada tarde a la estación.
Siempre entrando en el andén, a la derecha. El mismo banco de láminas, con varias capas de barniz a sus espaldas. De madera curtida, pero intentando renovarse aunque el paso de los años fuese dejando huella.
Allí esperaría, como cada tarde, lo que vio. Lo que se introdujo en su ser para no abandonarle. Lo que todos merecemos.
Todavía recuerda cuando tras un larguísimo recorrido, lleno de esperanzas, luces y sombras, pura vida y creación, búsqueda y conformismo, amargura y desesperación, culpabilidad…al grito de “llueve en mi alma y yo,… ya no me disfrazo de arcoíris”, saltó de aquél tren cargado de variopintos vagones. Saltó desgarrándose las entrañas y dejando, tras de sí, girones de más de dos décadas de vida. Saltar o morir. Saltar o vivir sin vivir.
Todavía recuerda aquél tren al que saltó, en dirección contraria, con los focos encendidos. Un tren en el que quizás ya viajó una vez, un corto trayecto… Un tren que esperaba y al que se lanzó sin importarle el peligro. Sin importarle el daño que pudiera sufrir al saltar al vacío y aferrarse, con las puntas de los dedos, al último vagón. Aquél que le enseñó, como él ya sabía, que el viaje podía ser de luz… Aquél tren que paró. Paró, porque era su destino.
Todavía recuerda cuando bajó, en una de esas paradas, cansado, entristecido…pero fortalecido por la reafirmación de su creencia. Vive, déjate llevar, ama, siéntete bien. Cuando, con una mezcla de desolación por haber perdido, e ilusión por haber aprendido, se sentó de nuevo, en su banco.
Levantó la cabeza, alzó su mirada a la izquierda hacia el viejo reloj de la estación; las 18:31.
Allí se encontraba, como cada tarde, esperando…esperando. Cuestionándose mensajes que él mismo había emitido, apenas unos días antes, unas horas antes… ¿Perdí?, ¿qué perdí? Si nadie tiene a nadie más que a sí mismo. ¿La luz?.
En ese instante recordó algo que le escribieron una vez: “La luz no se caza, se recibe”
19:11, una mirada a las vías, que se pierden en horizontes infinitos a derecha e izquierda y de nuevo de regreso a la supervivencia. La… ¿Vida real?
Tarde tras tarde llegaba, esperaba y marchaba. Algunos trayectos recorrió, durante su ya dilatada existencia, sin demasiado entusiasmo.
Tarde tras tarde; de 18:11 a 19:11.
Dicen que una tarde le vieron levantarse, como cada día a las 19:11, dirigirse a la salida de la estación, con paso alegre y semblante animado. Musitando una frase, extraña para quien no la recibió. Extraña para quien no la vivió: “La luz no se caza, se recibe… ¡sí!. No volveré más a la estación”.
Dicen que al cruzar el umbral de la estación, una potente luz cegadora iluminó su contorno como si de un aura se tratase… hasta verse fundido, absorbido, integrado.
Nunca más nadie volvió a verle…
(Quiero hacer un agradecimiento especial a Sonia Monteagudo quien, al leer el relato, decidió ilustrarlo de esta manera tan absolutamente certera, bajo mi punto de vista)
ME ENCANTÓ…. creo que lo entendí porque reconocí muchas frases…. gracias por compartir…