Había una vez un planeta llamado Errati. La mayoría de sus habitantes lo consideraban inhóspito. Casi todos creían que las insatisfacciones de su existencia eran causadas por factores externos. Que los problemas, dificultades, desgracias… eran causa de su mala fortuna. Muchos llenaban sus vacíos con necesidades creadas, frívolas, materiales o sentimentales.
“- La mayoría lo hacen, debe ser lo normal-“
“- Todos actúan así, debe ser lo mejor-“
Era un mundo en el que muy pocos se preguntaban si el porqué de sus insatisfacciones no estaría dentro de ellos mismos. Si el hecho de no vivir vidas plenas, las vidas que ellos querían vivir, no sería, simplemente, fruto de sus decisiones, de la pereza, del conformismo.
El entorno, los patrones, la cultura, la educación…las religiones, realmente tenían un peso enorme y, por desgracia, la mayor parte de las veces, decisivo.
A pesar de todo, una esperanzadora nube enorme de color morado se paseaba constantemente por el planeta. Muchos de los que la habían visto, la temían. La mayoría ni siquiera se había fijado en ella. Nunca miraban al cielo. La nube se llamaba Albedrío.
Errati, tenía una gran cantidad de habitantes “diferentes”. Bueno, quizás no eran tan distintos, porque físicamente se parecían mucho y en el fondo, todos tenían la misma esencia y todos, todos… deseaban, si escuchaban a su corazón desnudo, las mismas cosas.
Pero sucedía algo extraño; los que se atrevían a mirar al cielo, dejando de observar únicamente lo que les rodeaba, se convertían, poco a poco, en animales mitológicos. Sí, sí, lo que oís.
Todos tenían esa opción, pero lo cierto es que no se veía demasiados de ellos por las calles. Si te fijabas bien, siempre podías ver Aves Fénix, Elfos correteando en manada, algún que otro Grifo… hasta Cíclopes. Cuando los identificaban, cosa que no era demasiado difícil, solían considerarlos seres de otros planetas, criaturas que no tenían una forma de abordar su existencia como estaba concebida o predeterminada. En general los solían llamar “Nocorp”, pero tampoco es que les prestaran demasiada atención.
Los Nocorp vivían de manera pacífica y solían reunirse entre ellos, aunque nunca eran clanes cerrados. Si alguien se interesaba por su forma de vivir o de pensar, ellos siempre estaban dispuestos a escuchar y, si quien se relacionaba con ellos también quería escucharlos, entonces sí; entonces animaban a, simplemente, mirar al cielo.
Lo que sucedía después de eso….ciertamente era traumático. Los Nocorp lo advertían. Imaginaos una metamorfosis para convertirte en un animal mitológico!!. Dolorosa y caótica sí, pero liberadora y embriagadora también. Normalmente, después de alzar la vista y ver… y sumergirse en Albedrío, ya no había marcha atrás (a veces los miedos a lo desconocido acababan siendo superiores y la mutación no se producía, pero eso sucedía poco a menudo). Ese sólo era un primer paso. Quien se había decidido a darlo, podía contar con ellos en todo lo que a partir de ese momento aconteciera, aunque era un camino en el que sólo uno mismo podía seguir avanzando.
Para lo que aquí nos ocupa, nos fijaremos en un peculiar clan que se fue formando a partir de una extraña casualidad, si es que las casualidades existen. Mejor diremos que la voluntad y el destino hicieron que un Centauro, en pleno proceso de transformación, contactase con un habitante que ya había tenido tentaciones de mirar al cielo. Incluso se diría que alguna vez lo había hecho pero sus temores no le habían dejado ver a Albedrío. En aquél tiempo, Centauro estaba fundiéndose con una mágica Hipogrifo. Ambos respondieron a la llamada que, sin duda, recibían de su nuevo compañero.
Mucho tardó este en sumergirse en la nube morada y no fueron nada fáciles sus pasos siguientes.
Al mismo tiempo y desde otro rincón del planeta, otra habitante, que notaba la presión del tiempo y la pesadez de 100 atmósferas en sus espaldas, vio de lejos la aureola que el nuevo amigo de Centauro e Hipogrifo desprendía.
Sólo el Universo sabe cómo esos dos habitantes llegaron a coincidir. Su contacto y la transformación se dieron de manera conjunta y vertiginosa. Todo estuvo fuera de control y nada salía como tenían previsto…si es que se pueden tener previstas las consecuencias de tales mutaciones. De la noche a la mañana él se convirtió en un inseguro Unicornio y ella, que ya de por sí era una luminosa habitante, en una frágil Pegaso.
Unicornio había llenado sus últimos años de vacío creándose absurdas necesidades y buscando, cual Unicornio cazador, el sentido de sus existencia. Por su parte Pegaso, incapaz de comprender porque sus ilusiones se tornaban sombras, se empeñaba en subsistir en una espiral sin fin, tan solo levantándose después de cada tropiezo con sus muros de hormigón, y reanudando el vuelo en círculos.
Algo hizo que, en un momento determinado, Unicornio dejase de husmear y tropezar una y otra vez con su asta, y Pegaso escapara y rompiera la rutina de su vuelo circular. Supongo que la confianza en Centauro e Hipogrifo tuvieron mucho que ver. Eso y el empujón que, sin saberlo, Unicornio y Pegaso se dieron mutuamente para sentirse, de repente, rodeados por Albedrío.
Nada fue fácil a partir de ese momento. Muchos cambios les quedaban por vivir pero lo cierto es que, la influencia de esos primeros Nocorp y de sus amigos de vida, Dragón y Sirena, y la ilusión y el esfuerzo para enderezar sus cuellos y mirar hacia el cielo una y otra vez, fueron decisivos para ir afianzando, día a día, su transformación.
Dicen que a pesar de sus diferencias, todavía hoy se puede ver a Unicornio y a Pegaso, el caballo del asta y el caballo alado, pastar por las praderas de Errati envueltos en un áurea luz…
Incluso algunos dicen que se les vio acompañados de un pequeño Unicornio alado.