Despierta mamá!, despierta papá!
Tras haber echado un furtivo vistazo a la fiesta de colores que había aparecido, de la nada, en el comedor, entró como un torbellino a la habitación de sus padres, ese día sin llamar, y se encaramó a la cama de matrimonio.
Despierta mamá!, despierta papá!
Volvió a gritar con desesperación. Han venido los Reyes!!.
En el reloj “Cu-Cut” del salón todavía no habían sonado la ocho de la mañana, pero ya habían desistido de preguntarle a su hijo si podían dormir un ratito más…que los regalos no se iban a mover de ahí.
Desperezándose, con los ojos hinchados por la falta de sueño, se rendían sin mucha insistencia a la primera imagen que veían esa mañana. Una cara excitada, con los ojos como platos, que iluminaba toda la habitación con su sonrisa… Más quisieran los emoticonos del WhatsApp!!
Vaaaaale, venga, vamos… se limitaban a decir, con la voz todavía tomada después de haber dormido algo más de cinco horas. Las negociaciones con los tres monarcas, en relación a la adecuada colocación de todos los regalos, globos y chucherías y el laborioso montaje de piezas y muñecos, no terminaba hasta altas horas de la madrugada.
Tras haber conseguido su objetivo, se dirigía a las habitaciones donde descansaban sus hermanos a realizar la misma operación…
…
Esta escena, repetida desde que tengo uso de razón (e incluso antes), se quedó grabada en mi subconsciente. No sé si esos fueron de los momentos más felices de mi infancia, pero lo que es seguro, es que se almacenaron como brillantes destellos de ilusión, e incluso me atrevería a decir, como instantes de descarga de adrenalina.
Estando de acuerdo en que la Noche de Reyes, como otras tradiciones del sistema que han perdido el ancestral sentido de simple celebración, festejo o reunión, se ha convertido en un acto en el que se incita al consumo desmesurado, el día seis de Enero siempre tuvo, tiene y tendrá, algo mágico para mí.
No recuerdo ya cuando dejó de celebrarse, de esa forma tan …espectacular (con los muchos o pocos medios de que se dispusiera), en casa de mis padres. Quizás fue cuando mi hermana pequeña, ya no era tan pequeña y mi interés empezaba a centrarse en nuevas aventuras fuera de los muros del hogar, bien haciendo de “cerero” (o sea, caminando de acera en acera) por las calles de Alcorcón con mis dos inseparables amigos, o bien intercambiando miradas con la chica que se sentaba tres pupitres por delante de mí. Lo cierto es que unos años más tarde, en cuanto tuve ocasión, volví a repetir la experiencia y, hasta el día de hoy revivo ese momento siempre con ilusión renovada. Ni siquiera importa si todos los que están son adultos….-”a dormir prontito después de colocar las bebidas y comidas para camellos y Reyes”-… o las nuevas generaciones de «personitas» que van apareciendo a lo largo de nuestra existencia.
Gracias padres por transmitirme, entre otras muchas cosas, esta tradición que espero, año tras año, con emoción renovada.