Atardecía en la colina coronada por el castillo de “Arguiland”. El caballero, sentado sobre su flamante corcel blanco, cansado, magullado, pero con la ilusión por bandera tras un largo camino, se detuvo, levantó la visera y lo contempló plácidamente desde el valle. El ángulo de los rayos del sol de primavera proporcionaban una luz cálida y mágica. Luces y sombras aderezadas con el rumor de una brisa suave y el cantar de los pájaros que se dibujaban en la lejanía.
Miró con satisfacción los bosques que rodeaban el castillo y la uniforme alfombra de fresco verde sobre la que se asentaba la edificación, únicamente surcada por el sendero que llevaba a su entrada principal.
Se acercó hasta unos cien metros y desmontó. No había tiempo que perder, aunque….tampoco había prisa.
Miró a los ojos de Baikor, su caballo, y lo acarició agradecido. Ve y gracias.
Respiró hondo y desabrochándose el cinto, dejó su espada en el suelo. Se quitó el yelmo y luego, una a una, barbera, hombreras, codales, peto, manoplas, escarcela, rodilleras…. se deshizo de todas las piezas de su pesada y protectora armadura, depositándolas al lado de su arma. Inspiró nuevamente y se despojó del resto de sus ropas. Así, sin más de él que él mismo, comenzó a caminar por la pradera en dirección a la gran puerta de madera.
Una vez frente a ella, retrocedió unos pasos y dio un vistazo a los oscuros muros de la imponente estructura.
-Mi castillo ha se ser blanco-, pensó. Y se puso, de inmediato, manos a la obra hasta dejar todos los muros exteriores del castillo de un blanco inmaculado.
Agotado, se sentó a descansar creyendo que, realmente, había realizado un buen trabajo. ¡Ahora sí era un bello y brillante castillo puro!
Exhausto, se quedó profundamente dormido.
Invadieron su sueño una retahíla de mensajes y preguntas: ¿Es eso lo que ves? ¿Es eso lo que es? Limpio blanco, blanco cal… Y… ¿qué hay de lo auténtico? ¿No querías más realidad?
Despertó como empujado por una extraña fuerza, la de haber dado con la decisión correcta. Paseó alrededor de su obra hasta dar una vuelta completa y, sin titubear, comenzó poco a poco a retirar la blanca capa y los restos de pinturas anteriores de todas y cada una de las piedras que componían los muros exteriores del castillo.
No le preocupó lo que tardaría, sólo rascó y limpió con palos, con dedos, con uñas,… hasta que todo el castillo quedó con el aspecto con el que se construyó. Color piedra, color natural, color de castillo. Este sí es. Es así. Ahora sí. Mi castillo.
Un último vistazo general y, por fin, se decidió a entrar. Esta vez sabía que lo conseguiría. Ya nada lo iba a parar. Siempre adelante…
Inesperadamente, un enorme foso de infinita profundidad se abrió a tres metros de distancia rodeando todo el castillo. No se inmutó. Se detuvo, miró hacia lo alto del portón y las pesadas cadenas laterales empezaron a sonar. La enorme estructura de madera se posó, con ligereza, a sus pies, permitiéndole salvar el temible abismo y acceder a su fortaleza.
Un primer paso y lo invadió una cálida luz que salía del interior. Se encontraba en una estancia a modo de pasillo, con varias puertas a izquierda y derecha. Tocaba actuar. ¿Por dónde empezaría?.
Vamos, ánimo!.
Abrió la primera a la izquierda y encontró un bello Unicornio blanco. Era… espectacular. El viaje interior comenzaba mejor de lo que hubiera esperado. Saludó al animal con afecto y esbozando una sonrisa. Cerró la puerta animado y abrió con cautela, la primera de la derecha.
Una especie de animal extraño, entre hipopótamo y rinoceronte, con una piel cuarteada de cocodrilo lo miraba, amenazante, desde la penumbra. Su piel era oscura y brillante. Lo miró, asintió y, cerrando la estancia tras de sí, continuó su exploración.
Segunda puerta a la izquierda. Una imagen sonriente de mujer, impresa en una ondeante tela traslúcida le decía con voz firme y dulce…te amo.
Siguió contento, su camino. Una nueva puerta en el lado derecho apareció ante él. No estaba preparado, tenía miedo. Decidió no abrirla y prosiguió con la siguiente del lado izquierdo que tanta alegría le aportaba. Al cruzar el umbral un viento proveniente del techo de la estancia le hizo alzar la vista. Dos maravillosas criaturas con cola de cometa y rostros que reconoció de inmediato como seres a quienes dio la vida, revoloteaban por el espacio iluminándolo por completo. Se acercaban a él, como jugando y, consecutivamente le decían con tenue voz…te quiero.
Aunque se encontraba animado, necesitaba descansar. Muchas emociones y sensaciones inesperadas.
Siguió caminando por el pasillo hasta una pequeña plaza circular central con escaleras a ambos lados que llevaban a una planta superior. Unos metros delante de la escalera de subida que quedaba a la derecha había una lúgubre y húmeda abertura con forma de arco que parecía llevar a un sótano. Ufff, de momento, va a ser que no!.
Instintivamente, alzó la vista hacia lo alto y vio una cúpula central con una enorme campana y su badajo. En ese instante la campana se desprendió y fue a estrellarse con un gran estruendo sobre el centro de la glorieta. No se asustó. Simplemente aprovechó la forma de la campana para apoyar la espalda y sentarse, un momento, a descansar… se durmió.
Al despertar de nuevo, ni siquiera le importó cuanto tiempo había pasado desde la caída de la campana. Quizás días, pensó, porque se había levantado decidido a que ningún miedo le iba a impedir llegar hasta el último rincón de su castillo.
Se dirigió, sin dudas, hacia la puerta que había evitado abrir. Una vez dentro, una enorme serpiente con cabeza de mujer, le estaba esperando. No era temor la sensación que lo invadió. Era una cierta tristeza ante la que tuvo que reaccionar ya que, sin darse apenas cuenta, la serpiente iba abriendo su boca mientras él, inmóvil, encantado, estuvo a punto de encontrase totalmente engullido. Logró zafarse de la absorción y cerrar la puerta tras de sí.
Salió con paso acelerado para dirigirse a subir por la escalera izquierda. Subió los escalones de dos en dos. Al llegar al piso superior tan solo vio una puerta de algo que parecía ser un cuarto bastante grande. A su derecha un gran espacio diáfano semicircular siguiendo la forma de la plaza del piso inferior, repleto de figuras estáticas como personajes de cera y a continuación, ya en el ala derecha y opuesto a donde se encontraba, otro cuarto como el que ahora tenía delante.
Era momento de continuar.
Abrió y de inmediato lo invadió la luz solar. En la pared de enfrente había practicada una enorme ventana con vistas a un hermoso valle y frondosas montañas al fondo. Un increíble cielo azul cerraba la enorme sensación que sintió: belleza y paz. La ventana estaba abierta y entraba el olor a campo, monte, naturaleza. Se apoyó en el marco y respiró hondo, cerrando los ojos. Dedicó saborear el paisaje durante un rato y continuó su aventura.
Desde el nivel superior se podía ver perfectamente la plaza redonda con la campana incrustada en el centro. La planta no tenía paredes y solo estaba protegida por una barandilla metálica a lo largo del altillo, de una a otra escalera.
Se dirigió a la estancia donde se encontraban las figuras. Eran figuras humanas inmóviles. Eran sus familiares. Padres, hermanos, amigos… todos estaban ahí. Sonreían y su pose era amable y feliz. Todos… no. Sintió una presencia a su lado de alguien que no se encontraba entre los demás pero estaría con él siempre. Esbozando media sonrisa le susurró “ tiu, endavant, a qué esperas?”
Parece que era el momento de seguir adelante. Se dirigió a la última puerta del piso superior. La que se encontraba al lado de la otra escalera.
Le costó abrir. Algo impedía que se abriera con facilidad y enseguida supo qué era. La habitación era como una piscina llena de excrementos. Olía mal. Estaba allí, sí, dentro de su castillo. Aceptó. Bajó la cabeza, cerró la puerta y renovando de nuevo su energía, bajó por la escalera.
Observó detenidamente toda la planta superior que podía verse desde el centro de la placita, cuando, de repente, un extraño ser descendió desde lo alto de la cúpula, donde estaba colgada la campana. Tenía un cuerpo delgado vestido de mayordomo y ojos con gafas grandes. Una rueda de bicicleta sustituía a sus piernas y le ayudaba a desplazarse. Era como una caricatura viviente con voz, también, de caricatura.
- Hola señor, cómo está usted señor?-
- Estoy aquí para servirle. Estoy aquí… para hacer su voluntad-
- Sígame, sígame…-
Y desapareció por las escaleras del arco de piedra, hacia el sótano.
El caballero se quedó inmóvil, paralizado por el miedo. El arco era oscuro. Las escaleras también oscuras y húmedas. Parecía el acceso a un peligroso antro pero aun así, se enfrentó a ello…y descendió.
Una estrecha escalera de caracol en la que apenas se distinguían los escalones. Siguió bajando. Iba palpando las paredes frías y húmedas. Su respiración se aceleraba. Sus pies, desnudos, se aferraban como garras a las escaleras mohosas. Parecía interminable. Giraba y giraba hasta que, por fin, una enorme claridad lo cegó.
Se encontraba en medio de una sensacional pradera, repleta de flores, colinas con árboles, aderezada con el sonido del canto de los pájaros y de las aguas del río y, a lo lejos, una edificación que le resultaba familiar. Se dirigió hacia ella. Era idéntica a una de las casas que había habitado con su familia. Era extraño el hecho de que, esa vivienda estaba originalmente adosada a otras pero aquí, se la encontró separada, sola al lado del camino.
Entró y fue revisando, poco a poco, todas las estancias. Estaban completamente vacías hasta que llegó al dormitorio grande, en la planta superior. Este seguía amueblado. Se detuvo unos instantes en el mismo y se asomó a la ventana para seguir disfrutando del paisaje que la rodeaba…como para asegurarse de que no había desparecido.
Muchos pensamientos le abordaron. Recuerdos.
Levantó la cabeza, respiró hondo de nuevo y abandonó la casa en dirección al río.
El paseo fue reconfortante. Se sentía feliz. Al acercarse encontró una canoa roja varada en la orilla, vacía y con un remo doble en su interior.
-Sí, este es el camino- se dijo.
Se acomodó en la pequeña embarcación y empezó a remar por las apacibles aguas mirando adelante. Sin saber hacia dónde ni hasta cuándo. Simplemente adelante…
Remaba decidido, sosegado, satisfecho… Y cuando todavía se podía ver el punto donde encontró la canoa, oyó un ruido a su izquierda. Alguien se acercaba nadando. Una mujer morena de pelo largo se dirigía hacia él. Dejó de remar.
Ella subió a la canoa y ambos se alejaron sin mirar atrás…