Ya no alcanzo a recordar si tenía ocho, diez, o quizás catorce años.
Ahora que hace más de tres que lo abandoné, es difícil decidir uno sólo de los motivos que te empujan, en la mayoría de los casos de manera inconsciente, o manejado por el subconsciente, a este tipo de prácticas. ¿“Autolesión”?. No lo sé. Es complicado definir algo así. Rabia por no sentirse bien consigo mismo, impaciencia por desear lo que ha de venir en lugar de vivir, inseguridad por considerar que nunca se alcanza la perfección, penitencia.
Supongo que, como muchas otras adicciones, hay que buscar las razones en la relación de uno con los que le rodean y, sobre todo, en la relación de uno con su propio Yo. Quizás en la distancia entre el “yo soy” y el “yo quisiera ser”.
Suele ser arduo saber por qué se llega en nuestra existencia a caer en ciertas hábitos, sean estas de la gravedad que sean, que nos hacen, en mayor o menor grado, sentirnos mal. Pero por muy complejo que parezca, no es menos importante llegar al fondo, a la raíz o, por lo menos, a iniciar el camino para desentrañar los nudos que marcan la diferencia entre una vida plena, alegre o, si se quiere llamar, feliz, y una vida vacía que se rellena artificialmente de sentimientos, retos, ambiciones, consumo o…televisión.
Lo cierto es que no existió una propuesta firme de abandonar este vicio, ni una lectura que me ofreciera las claves, ni remedios mágicos… sencillamente desapareció.
Probablemente no fue tan sencillo como ahora parece. Si no analizo nada más y me quedo con el dato, tendría que decir que se fue, tal como llegó, en el momento en el que alguien se preocupó en empezar a reparar, por primera vez y sin exigir que no continuara con esa actitud, los desperfectos que yo me empeñaba en causar en mi propio cuerpo.
Reflexionando sobre las razones, hoy entiendo que no fue algo tan simple. Antes de eso y sin saber por qué en ese preciso momento, mi vida había dado un enrome vuelco a todos los niveles. Laboral, sentimental, familiar. Más que un vuelco, lo definiría como una caída vital para empezar a reconstruirme, reencontrarme y conocerme.
El proceso de levantarme de nuevo, desgarrador y reconfortante al mismo tiempo, con la guinda de un acto tan simple como una manicura, hizo que esta manía mía desapareciese de golpe y para siempre.
En este momento del relato ya puede adivinarse cual era esta práctica que incluso yo detestaba: me mordía con deleite las pieles que rodean a todas las uñas de mis dedos. De ambas manos. Lo había hecho durante años.
Tenía una técnica muy depurada, conocía exactamente de qué piel había que tirar, que parte era la más adecuada para dejar crecer y que después aportaría mayor…”placer”. En los momentos de tensión, de preocupación, incluso de entusiasmo, era cuando la mordida alcanzaba su mayor profundidad.
Llegaba a producirme un dolor constante que no acababa de desaparecer nunca. Cuando no era el dedo pulgar, era el meñique. Cuando no, cualquiera de los otros. Recuerdo que después de ducharme o de pasar mucho tiempo dentro del agua, me producía un enorme rechazo mirar mis dedos. Parecían atacados por una extraña enfermedad que iba desintegrando la carne alrededor de las uñas.
En fin, aquello ya pasó pero lo que tengo claro es que, si no hubiese dado los pasos que di en su momento, o hubiera tomado las decisiones que tomé, hoy en día no sólo continuaría con esa obsesión sino que mi cuerpo hubiera intentado avisarme de formas, probablemente, mucho más agresivas, graves, irresolubles y quizás también sería porque mi subconsciente así se lo pedía.
Si tu existencia, tu forma de actuar, tú día a día, no te hacen sentir bien, reflexiona y escucha a tu cuerpo, interpreta las alarmas. Sé y haz. La recompensa es una vivir una vida.
Y ahora…a por el tabaco!!
¡¡ole mi hijo ….el solito se ha quitado este vicio, y ahora esta tan contento…..como tu bien dices…¡¡ha por el tabaco…!!!vale?ya digo yo que tendré un hijo escritor….¡¡te quiero!!
Gracias madre!!!
escritor…ya lo tienes, mejor o peor…Persona y nueva, también.
Gracias… yo más
Pronta más y…espero que mejor.